Encontré las palabras de agradecimiento de la actriz Cayetana Guillén
Cuervo, dirigidas a las enfermeras Eva, Carmen y Jessi del Hospital de
Sanchinarro por los cuidados que dieron a su padre y hablando del papel de los
profesionales de Enfermería:
Pensaba
qué escribir. Y pensaba en ellas. Que dedican su vida a los demás, y que lo
hacen dentro de su rutina, sin darle importancia. Sin menciones, sin alfombra
roja, sin preguntas. Con algunas respuestas. Pocas. Suficientes para calmar la
angustia del que aterriza en un mundo desconocido, paralelo al otro donde se
mueven los demás entre sus problemas cotidianos.
Ellas
(Eva, Carmen, Jessi) son enfermeras del Hospital de Sanchinarro. Y
manejan la enfermedad de los demás entre sus ganas de vivir y sus propios
tiempos, con sensibilidad, con cuidado, con fuerza de voluntad, con la
conciencia de que la vida, la del sol, la de la luna llena, la de los paseos
frente al mar, también es esa, la de los pasillos de hospital donde te enredas
cuando la enfermedad llama a la puerta y no se marcha más.
Cada
una a su manera, cuidaban de mi padre con ternura y con una sonrisa
en la boca. Y él las llenaba de piropos por comprenderle, por tener paciencia y ganas de escuchar a un extraño, que desde sus ojos verdes trataba de seducrilas para ser, al menos, un extraño un poco especial. Y lo conseguía. Pero sólo porque ellas le dejaban. Y calentaban de nuevo el
Cola Cao de la merienda, colocaban su almohada por décima vez, el móvil cerca,
sus gafas más cerca y al caer la noche la persiana siempre medio abierta.
El
horizonte, desde su cama, parecía la línea de alta mar. Un mar azul oscuro,
casi negro, pero un mar. Siempre tenían una palabra amable, un suspiro, una
mano enredada a su mano que intentaba mitigar el dolor, la desesperación, la
claustrofobia. Siempre a nuestro lado. Siempre al suyo. Una
nueva familia que soportaba las horas de unos días casi interminables con una entereza que sin querer, era una lección para los que a su alrededor, tratábamos de acostumbrarnos. Buena gente. Buena y preparada.
Porque
manejar el dolor ajeno no es fácil. Muchos ojos te buscan alrededor, y te piden
soluciones, urgencia en situaciones muy complicadas. No hay palabras que
coloquen en su justa medida la importancia de su comportamiento. Nunca
suficiente la gratitud. Nosotros nos fuimos. Pero ellas se quedaron allí
sujetando otra manos, ayudando a vivir a otro enfermo desconocido para quien
serán, seguro, las últimas sirenas de ese horizonte azul oscuro casi negro que
quedará para siempre en mi recuerdo…
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